Una tarde, cuando yo todavía vivía en la colonia Nápoles de la Ciudad de México, B. fue a visitarme. Nos sentamos a platicar, ella en un sillón, yo en el otro. No recuerdo de qué hablábamos, pero en algún momento me entró una tristeza enorme. B. se acercó y me abrazó mientras yo lloraba. Sin soltarme, me dijo que a ella le gustaría sentir el mundo así, con esa intensidad. Hicimos el amor, y salimos a comer. Durante la comida no hablamos, nos mirábamos solamente, sonriendo. Antes de despedirnos, caminamos un rato por las calles tomados de la mano.