Hoy por la mañana salí a caminar. Pasé junto a una escuela, algunos niños jugaban básquetbol. Cuando iba en primero de primaria, un niño de mi clase se paró frente a otro, le preguntó ¿cuál es la ley de Tejas? y le soltó un rodillazo en los huevos. Que te lo protejas, él mismo le contestó mientras el otro se retorcía de dolor.
Unos años más tarde, cuando yo iba en secundaria, el compañero que se sentaba junto a mí me pidió prestado mi reloj. Se lo presté y cuando me lo devolvió, las manecillas ya no se movían. Él sonreía. El tiempo, obviamente, no se había detenido, pero sentí que algo había cambiado en el mundo. En mi mundo.
Escuchando a Guillermo Arriaga en una entrevista, él decía –o recordaba que alguien había dicho– que todos, absolutamente todos, hemos cometido actos que no merecen menos de cinco años de cárcel. Yo ayer dejé de leer las noticias. Era lo primero que hacía por las mañanas. Leer las noticias. Sobre todo noticias de México, del juicio, de la oposición, de lo que dice, o no dice, o hace o no hace, el presidente, del 2024, del tren, del aeropuerto, de los globos que nos espían, de los aliens que nos visitan.
Seguí caminando y vi, sobre la banqueta, a unas cuadras de la escuela donde los niños jugaban básquetbol, un ejército de moscas volando alrededor del cuerpo de una paloma muerta. Me pareció que se comían los ojos de la paloma. Así es esto, supongo.