La entrevista no empezaba hasta las dos y media de la mañana pero yo me desperté a las dos, veinte minutos antes de que sonara la alarma que había puesto anoche.
Antes de despertar, estaba soñando que ya era la hora de la entrevista y que me salía del cuarto sin hacerle ruido a Gemma. Cerraba la puerta e intentaba prender las lámparas que están junto al sillón. Las lámparas no prendían, ninguna. Me entretuve un rato con los interruptores y sonó el teléfono. Era Pipe. Quería platicar de cómo iban quedando las mezclas de las demás canciones. Por fin pude prender una luz: la del baño. Me senté en la tina junto a un grupo de hormigas. Ahí sentado, supe que tendría otra entrevista en ese mismo momento: la plática sería con Randy, el baterista de Molotov. Sonó el teléfono de nuevo. En la cocina comenzó a tostarse el pan, podía olerlo desde donde estaba. Así que fui a la cocina y Gemma, ya despierta, me preguntaba por las lámparas, que por qué siempre recojo lámparas abandonadas en la calle, que cuándo voy a dejar de hacerlo, que quizá ya tengamos suficientes. Yo miraba a las lámparas que ahora estaban prendidas, todas. Con tanta luz, pude ver que las hormigas me siguieron hasta la cocina, probablemente ellas también olieron el pan tostándose.
Terminé por despertarme. Miré el teléfono para ver la hora. Eran las dos. Salí del cuarto, sin hacerle ruido a Gemma, cerré la puerta y me acerqué a las lámparas que están junto al sillón. Funcionaban, todas. En lo que daban las dos y media, leí algunas páginas de “El entenado” de Juan José Saer. Voy en esa parte en la que los indios cocinan los cuerpos de los marineros y festejan comiendo carne humana, bebiendo y dejando que la noche, el deseo, el placer y el dolor los lleve hasta lugares extremos. Hice el libro a un lado y me comí la mitad de un plátano con un poco de crema de cacahuate. Sonó el teléfono.
La entrevista terminó a las tres de la mañana. Regresé a la cama. Tardé un par de horas en quedarme dormido. A las seis me despertó otra llamada, era mi abuela. Quería contarme que mamá estaba cocinando un lechón pero que se le había echado a perder. Se le pudrió la carne, dijo. La tuvieron que tirar y cocinar otra cosa, empezar de nuevo. A veces así pasa, supongo.
Ahora son las siete de la tarde y tengo sueño. Es viernes, vamos a cenar pizza y hoy sale gratis: después de haber comprado nueve, te regalan la pizza número diez. También te regalan una en el mes de tu cumpleaños. Falta un poco para el mío. La semana pasada, después de comer, usé la caja de pizza como sombrilla para correr hacia al auto bajo una lluvia intensa que no ha parado por días. Hasta ayer. Hoy tampoco llovió. Pensé en ir a la playa y nadar pero leí que el agua del mar, con tanta lluvia, podría estar contaminada. Igual salí a caminar y tomé un poco el sol. Hacía un viento frío. El verano, parece ser, terminó.