Justo antier hablábamos del fuego. Raúl nos contaba cómo un día casi provoca un incendio en la sala su casa al estar experimentando con su técnica de pintura límbica prendiendo fuego sobre un lienzo cubierto de cera y resinas. Una técnica que después de cinco años de experimentación, Raúl ya domina. Quiero pensar que es un dominio similar al que yo tengo sobre el arte de cocer frijoles. Un arte que practico todos los miércoles aunque esta semana lo hice en jueves: un error de cálculo que hoy viernes casi nos cuesta la vida a mí y a Gemma.
Hoy viernes. Por la mañana me levanté, me preparé un té, puse a tostar un pan y cuando estuvo listo le unté mantequilla de maní y mermelada. Le ofrecí un pan a Gemma pero ella solamente desayuna café. Como todos los días, desayuné solo. Quedaban frijoles del día anterior y pensé en ellos. Había que calentarlos. Prendí la estufa, puse una a olla sobre la parrilla y eché aceite de coco en la olla. Una cucharada. Sonó el teléfono. Salí de la cocina, me senté en sillón y miré el teléfono: Michael Conroy. Es raro que mi suegro me marque.
–Hello, Mike! How you doing?
–Oh, sorry Abel, I must’ve called you by mistake.
–Oh, no worries, mate. How are you anyways?
–I’m fine. Look, I gotta go. But I’ll see you Sunday. Say hi to Gemma for me. Bye.
Una llamada breve y amistosa, aunque suficiente para que la cocina se llenara de un humo espeso: de la olla brotaban flamas gordas y encabronadas que bailaban al ritmo de la muerte. ¿Qué había dicho Raúl que hizo cuando el fuego por poco toma control en su casa? Que echarle agua al fuego y a la cera es explosivo. No había que hacer eso. Había que esperar a que el fuego se consumiera. O esperar a que el fuego lo consumiera todo. La semana pasada Gemma y yo pedimos un descuento en la renta del departamento en donde vivimos, no parecía buena idea esperar a que el fuego lo consumiera todo.
–Gemma, I need some help here!!!
–I’m coming, what’s going on– WHAT THE FUCK!!!
–Quick! Get the fire extinguisher!!
–BLOODY FUCK!! BLOODY FUCK!!
Un diálogo también muy breve. ¿Será algo que llevan en la sangre los Conroy? Gemma y yo salimos del departamento y bajamos por el extintor. Cuando volvimos al departamento ya teníamos visitas en la sala: la vecina del 7 sugería que intentáramos apagar la alarma del detector de humo pegándole con una escoba; la del 2 trajo su aspiradora to suck up the smoke. La del 4 llegó después y solamente se asomaba por la puerta. Sentado en el sillón, el vecino del 8 nos entretenía con su historia de cuando a él le pasó algo así el día que cocinó tocino. You know how flammable bacon is. Gemma y yo intentábamos entender cómo usar el extintor. El humo no nos dejaba ver. El sol había dejado de brillar para nosotros. Se nos vino la oscuridad total. Todo parecía llegar al final pero hay cosas que en el fondo siempre sabes: ese no era nuestro momento.
El instinto de supervivencia se activó y Gemma y yo cubrimos la cocina con la espuma blanca que salía disparada del tanque rojo al apretar la palanca gigante. Las vecinas se regresaron a sus departamentos. Tosían y llevaban los ojos rojos. Parecían un tanto decepcionadas. El humo se quedó a hacernos compañía durante el resto del día. Gemma se tomó una siesta. Yo seguía con hambre. Me serví los frijoles en un plato y descubrí que puedo disfrutarlos también si están fríos. Desde el sillón contemplaba la pared que tenía en frente: sobre aquel lienzo, el humo había pintado un cuadro negro que daba la impresión de que podría succionar todo lo que hubiera a su alrededor en cualquier instante. Me apresuré a terminar de comer. Mientras comía, recordé que, además del fuego, Raúl habló también de las técnicas secretas de Mark Rothko. De eso y de la revolución del estofado de pescado. Por suerte ese día no hablamos de Dalí.