Nieblas oscuras felizmente abundantes

Encontré en una novela que leí cuando tenía catorce o quince años, un rezo que hacían los sacerdotes de una tribu para pedir que lloviera. Anoté el rezo en un pedazo de papel, lo doblé y lo metí en mi cartera.

Esperé a que llegara un día sin nubes, de cielo azul y sol. Saqué el pedazo de papel:

¡Oh, divinidad masculina!
Con tus mocasines de nube oscura, ven a nosotros,
con el rayo zigzagueante volando en lo alto, sobre tu cabeza, ven a nosotros,
encumbrándote.
Deseo que con ellos llegue la espuma flotante sobre el agua que inunde las raíces del grano verde,
deseo nubes oscuras felizmente abundantes,
deseo nieblas oscuras felizmente abundantes,
que vengan contigo, y que felizmente madure mi grano azulado, hasta los confines de la tierra.

El cielo se oscureció y se escucharon truenos. Me emocioné.

Volví a esperar otro día soleado. Cuando llegó, estaba con una amiga en una lancha de remos cerca de la orilla del mar. Saqué el papel de mi cartera.

Unas horas más tarde, vimos la lluvia caer en silencio.